He sido –estúpidamente-
y en menor medida
lo sigo siendo
un asiduo de la decepción,
de mi inteligencia el mayor fracaso,
si bien no es menos cierto
que mi desencanto mengua
en la misma cadencia que mis fuerzas;
puede que sea porque espero menos
o porque conozco más
–a poco que te descuides
sufres un ridículo ataque de presunción-,
y ello a pesar de afanarme en la ignorancia
o, sencillamente, porque ya casi todo me da igual
a fuerza de darle yo igual a casi todo.
El caso es que cada vez
me decepciono menos,
ni tan siquiera de mí mismo,
hastiado de esa obtusa querencia
a la frustración, al desengaño,
que de mi ingenuidad y en exceso
han abusado, hurtándome
tantos cachos de mis horas,
demasiados despojos de este otoño,
en una ruleta trucada
de amañadas esperanzas
que en la incomprensión
alcanzaron tantos días enajenarme.
El futuro, inefable en su inconsistencia
y eternamente poseído
de la más poderosa de las fuerzas
para algo que ni tan siquiera es,
confunde el conocimiento,
la esperanza, la percepción de los otros,
arrastrándonos en la fatal ilusión
por lo que nunca será,
por los que nunca llegarán a ser,
por lo que jamás llegarán a querernos,
condenándonos a malvivir.
¿Mas qué es la decepción
sino el mísero reflejo de nosotros mismos,
vana egolatría?;
al esperar cobijamos la decepción,
seminalmente adiestrados en la ignorancia
de las cosas, de los otros.
Hoy proclamo
que me decepciono menos,
que casi logro que no me decepcionéis,
porque irremediablemente
y a fuerza de tanto perder,
espero menos de las cosas,
de los otros, de vosotros,
también de mí,
pero en este tiempo
menos es tanto...,
que sigo irremediablemente
enloqueciendo y a mi pesar
en la espera
de tanto y tanto
que seguro no será.
Pedro Gollonet. Benalmádena a 1 de abril de 2010
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