En ocasión del estreno de una película biográfica, en el veinte aniversario de su muerte, volverá a hablarse de Jaime Gil de Biedma –yo ya lo estoy haciendo- y posiblemente por muchos que no sabían de su existencia y menos aún de su poesía. Esto que no resulta obligado ni es señal de mayor ilustración, sin embargo debiera ser razón suficiente para tener el pudor de que las opiniones de tantos no quedaran en una burda exaltación , con critica incluso moralizante, de la vida privada de Gil de Biedma y de sus, “para ellos” excesos. Comprensible es que para la productora, los distribuidores del film y para los ocupados en todo aquello que pueda resultar escandoloso en beneficio de una mayor audiencia, estos aspectos de su vida sean el mejor reclamo, aunque su poesía quede en un plano inferior o ni tan siquiera sea objeto de sus comentarios.
Seguro de ello, rindo mi modesto homenaje al poeta barcelonés trayendo aquí tres poemas de su reducida obra –ochenta y seis poemas organizados en tres bloques más uno brevísimo de un solo texto-, en el que se ponen de manifiesto su sensibilidad, su sentido de la vida y su trágica rebeldía ante el devenir del tiempo.
En su modernidad –termino del que no gusto usar- huyó de formas tradicionales ya desgastadas por los poetas del siglo XX, adentrándose en el prosaísmo poético y en el conocimiento de Cernuda, buen conocedor de los románticos ingleses.
Como escribe Juan Ferraté, a propósito de Gil de Biedma, se sustituye el canto de la poesía por la voz natural del poeta, en la afirmación de un nuevo sentido de la realidad para la expresión poética, distinto de la afectación de actitudes y tonos. Se introduce el poeta, de esta forma, en el lenguaje más normalizado en el que experimentaron los vanguardistas. Sea cual sea el resultado, Gil de Biedma converge plenamente con los autores de los años cincuenta del siglo XX; esto es, un grupo de poetas que podemos denominar como de la “experiencia”.
Su poesía puede fragmentarse temáticamente en dos bloques diferenciados con cierta nitidez: Textos correspondientes a poemas sociales, ajustados a la corriente sociopolítica de sus coetáneos, y un bloque de poemas erótico-elegíacos, en los que su indiscutible erotismo no es más que el pretexto, además del contenido autobiográfico, para afirmar la razón de su poesía, “el tiempo y el yo” según sus propias palabras.
La estructura romántica manifiesta con evidente intensidad en muchos poemas no resulta trivial, puesto que es el cauce para mostrar la metafísica de la vida, de su vida, la crisis personal y su desprecio por el trascurso del tiempo, de los años propios.
En los tres poemas seleccionados late el tiempo como triste referencia y su sentido tan contradictorio de la vida, a veces con ambages que trascienden cierto pudor, a pesar de que su obra sea en general tan explícita.
En “Contra Jaime Gil de Biedma” utiliza el desdoblamiento del esquema yo/tú, un autentico diálogo interior, con un rechazo evidente al ser del tú, en el que personifica el mal en él mismo, con un canto en cierta forma solícito de redención y con un tono moralizante. La contradicción como esencia del ser, de su vida, de la de todos, el desdoblamiento de realidad/deseo, la interiorización de la tragedia inevitable.
“De senectute” nos muestra no tanto su lucha contra el tiempo, como la inconformista conformidad con un tiempo en el que ya no quedan luchas, la desesperanza ante el fatal resultado.
Finalmente, traigo a la lectura compartida el poema “El juego de hacer versos”, en el que traza el desarrollo del poeta y su poesía, desde los juveniles e inocentes poemas de lo imaginario hasta llegar a la poesía de la experiencia, en el dolor solitario y, de algún modo, masoquista del poeta.
Pedro Gollonet. 9 de enero de 2010.
JAIME GIL DE BIEDMA ( 1929 - 1990 )
Contra Jaime Gil de Biedma
De qué sirve, quisiera yo saber, cambiar de piso,
dejar atrás un sótano más negro
que mi reputación –y ya es decir-,
poner visillos blancos
y tomar criada,
renunciar a la vida de bohemio,
si vienes luego tú, pelmazo,
embarazoso huésped, memo vestido con mis trajes,
zángano de colmena, inútil, cacaseno,
con tus manos lavadas,
a comer en mi plato y a ensuciar la casa?
Te acompañan las barras de los bares
últimos de la noche, los chulos, las floristas,
las calles muertas de la madrugada
y los ascensores de luz amarilla
cuando llegas, borracho,
y te paras a verte en el espejo
la cara destruida,
con ojos todavía violentos
que no quieres cerrar. Y si te increpo,
te ríes, me recuerdas el pasado
y dices que envejezco.
Podría recordarte que ya no tienes gracia.
Que tu estilo casual y que tu desenfado
resultan truculentos
cuando se tienen más de treinta años,
y que tu encantadora
sonrisa de muchacho soñoliento
-seguro de gustar- es un reto penoso,
un intento patético.
Mientras que tú me miras con tus ojos
de verdadero huérfano, y me lloras
y me prometes ya no hacerla.
Si no fueses tan puta!
Y si yo no supiese, hace ya tiempo,
que tú eres más fuerte cuando yo soy débil
y que eres débil cuando me enfurezco…
De tus regresos guardo una impresión confusa
de pánico, de pena y descontento,
y la esperanza
y la impaciencia y el resentimiento
de volver a sufrir, otra vez más,
la humillación imperdonable
de la excesiva intimidad.
A duras penas te llevaré a la cama,
como quien va al infierno
para dormir contigo.
Muriendo a cada paso de impaciencia,
tropezando con muebles
a tientas, cruzaremos el piso
torpemente abrazados, vacilando
de alcohol y de sollozos reprimidos.
Oh innoble servidumbre de amar seres humanos,
y la más innoble
que es amarse a sí mismo!
De senectute
Y nada temí más que mis cuidados
GÓNGORA
No es el mío, este tiempo.
Y aunque tan mío sea ese latir de pájaros
afuera en el jardín,
su profusión en hojas pequeñas, removiéndome
igual que intimaciones,
no dice ya lo mismo.
Me despierto
como quien oye una respiración
obscena. Es que amanece.
Amanece otro día en que no estaré invitado
ni a un instante feliz. Ni a un arrepentimiento
que, por no ser antiguo,
-ah,Seigneur, donnez-moi la forcé et le courage!-
invite de verdad a arrepentirme
con algún resto de sinceridad.
Ya nada temo más que mis cuidados.
De la vida me acuerdo, pero dónde está.
El juego de hacer versos
El juego de hacer versos
-que no es un juego- es algo
parecido en principio
al placer solitario.
Con la primera muda,
en los años nostálgicos
de nuestra adolescencia,
a escribir empezamos.
Y son nuestros poemas
del todo imaginarios
-demasiado inexpertos
ni siquiera plagiamos-
porque la Poesía
es un ángel abstracto
y, como todos ellos,
predispuesto a halagarnos.
El arte es otra cosa
distinta. El resultado
de mucha vocación
y un poco de trabajo.
Aprender a pensar
en renglones contados
-y no en los sentimientos
con que nos exaltábamos-,
tratar con el idioma
como si fuera mágico
es un buen ejercicio,
que llega a emborracharnos.
Luego está el instrumento
en su punto afinado:
la mejor poesía
es el Verbo hecho tango.
Y los poemas son
un modo que adoptamos
para que nos entiendan
y que nos entendamos.
Lo que importa explicar
es la vida, los rasgos
de su filantropía,
las noches de sus sábados.
La manera que tiene
sobre todo en verano
de ser un paraíso.
Aunque, de cuando en cuando,
si alguna de esas noches
que las carga el diablo
uno piensa en la historia
de estos últimos años,
si piensa en esta vida
que nos hace pedazos
de manera podrida,
perdida en un naufragio,
la conciencia le pesa
-por estar intentando
persuadirse en secreto
de que aún es honrado.
El juego de hacer versos,
que no es un juego, es algo
que acaba pareciéndose
al vicio solitario.
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